El cine, o en general lo audiovisual, adquiere todo su sentido cuando se entiende a sí mismo como una experiencia estética. Esto, aparentemente de perogrullo, parece haberse ido olvidando en las últimas décadas, en las que directamente hay un exceso de estética que nace de la sobredimensión tecnológica: hay tantos cacharros para hacer cosas que se usan varios a un tiempo y malo será que no salga algo chulo.
El “giallo” fue, en esencia, el género negro a la italiana. El término, que significa amarillo, hace referencia a las antiguas novelitas policíacas del primer tercio del S.XX, que vieron su traslación (al menos en esencia) a las pantallas allá por los 60. En aquella época se juntaron una serie de talentos en la industria que les dieron inusitado lustre. Gente que sobre todo tenía que ganarse el pan, pero que recogían el regusto por el barroquismo estético al tiempo que en su apurada realidad mezclaban proyectos diversos, haciendo que entre estos hubiera mil y un contagios y trasvases. Gente que, además, atesoraba unos conocimientos tan maravillosos como Mario Bava y sus trucajes de iluminación:
Aunque tuvo presencia a nivel mundial, y hubo quién se lanzó a recrear el estilo con De Palma a la cabeza, fue en Italia (y otros países europeos por aquello de las coproducciones de la época) donde realmente se sacó todo el jugo al género por pura cuestión identitaria. El exceso llegó hasta tal punto en los 80 que era complicado mantener el respeto a las múltiples variantes que habían ido apareciendo, en una evolución mecánica (y económicamente más ajustada) de lo macabro que pasaba a jugar con los límites de lo explícito. Un constante tour de force que al final chocaba frontalmente con las políticas de la nueva censura que fueron apareciendo en el apogeo de VHS.
Con todo es probable que el giallo tuviera unos contextos demasiado marcados como para esperar que fuera a durar varias décadas más. Dependía de la sensibilidad pop de la época, pero también se apoyaba en una estética en la que la modernidad no tenía nada que ver con teléfonos de última generación. Y estaba, siempre, esa violencia low-tech, esa presencia de cuchillos y otras armas punzantes que al ser usados llegaban a recrear auténticas escenas pictóricas de martirios y torturas.
Por este final asumido y comprensible del giallo (que como género parece que no vuelve a lenvantar cabeza, aunque sí estén presentes sus ragos en esta cultura nuestra de la asimilación), hace un par de días me topé con un vídeo que me hizo mucha gracia. Un vídeo que es un simple testeo, una prueba por parte de un finés para ver que tal respondia su flamante Canon 550D. El hombre cogió el aparato y directamente tomó aquellas estéticas para ver cómo respondía en cromatismo, profundiad de campo, capacidad de encuadre, ectetera. Lo bueno es que, sin pretender hacer una película, se tomó la molestia de plantear una serie de constantes del género. Y es que en realidad está ahí todo contenido: los juegos de colores, los planos detalle, LA VIOLENCIA EXPLÍCITA (que no se diga que no aviso), e incluso el giro argumental absurdo del final. De hecho, hasta el sentido del humor, porque es evidente que no pretende tomarse nada en serio aunque comience sonando el Valley que Bill Wyman y Terry Taylor compusieron para la banda sonora de Phenomena.
En fin, que ahí va el simple testeo. ¡Ojalá fueran todos así, y no simples planos de atardeceres o macros de florecillas!
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