Mi filosofía por un caballo

Inauguro esta sección que me ofrece enimaXes como el perdedor que soy: sé que mi militancia cinéfila, que consiste en seguir viendo películas que merezcan la pena a toda costa en pantalla grande, es una batalla perdida. Las razones son claras, los síntomas son obvios, muchas páginas lo describen profesional y emocionalmente, y no voy a poder aportar nada nuevo si me meto ahora en el debate. Pero, cada vez que descubro una maravilla visual en pantalla grande, no puedo evitarlo, me siento un privilegiado, más privilegiado que antes, porque ahora ya sólo puedo compararme con quienes han visto El caballo de Turín (A Torinói Ló, Béla Tarr, 2011), en su mayoría, en pantalla pequeña y en la soledad de un salón, un peso que debe ser enorme dado el carácter de la película, y al que no debe ser fácil sobrevivir sin al menos una cabezadita.

Béla Tarr es un director de prestigio dentro de los círculos europeos de arte y ensayo, pero prácticamente no estrenado en salas. Por ello, esta película es la primera que puedo ver de él, estrenada en un cineclub tras su paso por las escasas salas comerciales de versión original del país. La película ya es mítica por la intención del director de que sea su último film, por lo costoso de su realización, por durar dos horas y media con apenas treinta únicos planos secuencia, por su premio en Berlín, y por la provocadora experiencia a que somete al espectador dispuesto: un viaje filosófico alrededor del caballo que recibió el abrazo de Nietzsche antes de que éste sucumbiera a la locura en la última década de su vida.

No sé ustedes, pero si yo fuera un caballo después de mi dura jornada laboral, y encima mi dueño me estuviese azotando por cualquier chorrada de las que se les ocurren a los dueños de las bestias, y de repente me abrazara el bigotudo filósofo alemán que proclamara la necesidad del übermensch, y además me pidiera perdón por la brutalidad de la humanidad hacia la raza equina, creo que también dejaría trabajo, comida y vida, aunque sólo fuera por el susto. Esto le pasa al pobre Ricsi, cuarto actor acreditado de la película. Alelado tras semejante experiencia (la película empieza después del suceso con el filósofo, que se narra en off, con un plano secuencia impresionante de Ricsi en contrapicado, avanzando trabajosamente por la ventisca del campo piamontés, en blanco y negro lleno de contrastes), el pobre caballo se niega a volver a trabajar, después a comer, y prácticamente a vivir, en una declaración de intenciones que se me antoja racional. ¿Quién sabe qué más le pudo susurrar Nietzsche? ¿Tal vez los horrores que iban a llegar en ese siglo del que se le supone antecesor, visionario y padre intelectual?

No lo sabemos, pero sí parece que Nietzsche le pasa al caballo, y por ello a su dueño y a la hija de éste, la maldición de representar los males de la cultura occidental que su filosofía deseaba desterrar. Viven en una granja en un paisaje desolado, con un único pozo de agua, y bajo una sempiterna ventisca. El caballo parece su modo de subsistencia pues no cultivan la tierra ni tienen otros animales, pero tras el último viaje a Turín, éste se niega a volver a la ciudad, y después deja de comer. El padre, impedido de un brazo, y su hija, que vive una vida esclava y supeditada, se alimentan exclusivamente de patatas hervidas que comen con las manos en sus modestos cuencos. Pasan así seis días, ahogados en la repetición eterna de una rutina implacable, en un silencio casi completo, con apenas una única visita en la que un viajero visionario les cuenta un futuro que no entienden, hasta que, poco a poco, se extinguen los elementos: el pozo de agua se seca, el viento se termina, las patatas de la tierra no pueden cocinarse, y la luz (la cámara a fin de cuentas) también se apaga. El fundido en negro nos impide ver qué sucede el séptimo día. No hay retorno, pero tampoco creación.

Perdonen que les haya contado (casi) todo el argumento, pero no estamos ante una película argumental. Supongo que por eso goza del sello de calidad GAB (Garantía de Aburrimiento de Boyero), lo cual siempre da un valor. La película resulta aparentemente lenta, parsimoniosa, apela a valores filosóficos alrededor del estoicismo y el ascetismo, y para ello emplea largas secuencias, con taciturnos movimientos de cámara, en las que una única música con un violín lacerante y el eterno ruido del viento acunan dolorosamente a los personajes, incapaces de escapar de su trampa vital, y al espectador, con tiempo absoluto para pensar absorto en lo que significa esa vida. El caballo de Turín, para mí, no es una experiencia exterior que pueda explicarme la visión que de la vida tenga un autor (y que pueda llegarme según cómo esté realizada, y en efecto así me sucede, no vayan a creer que soy un insensible), sino que es una apelación a mi interior, a que tenga el tiempo de pensar sobre las imágenes, de plantearme la vida que observo en pantalla en relación a la experiencia propia (sea vivida, leída, o vista), y que estudie si el aplastamiento moral de estos personajes sin salida me llega, por algo, al corazón además de al intelecto. En mi caso ha sucedido, aunque la operación es completamente racional y no emocional. El ritmo y la forma de la película, sin embargo, serán rechazados por los espectadores mayoritarios. Es lógico, tampoco leerían a Nietzsche o, en general, libros de filosofía, ¿no? O, si acaso los conceptos filosóficos aparecen en una película, los esperan en un formato más masticable.

El caballo de Turín, por supuesto, exuda intelectualidad europea por los cuatro costados. Se adhiere a un cine desprovisto de elementos, pero muy sensorial, cercano a Tarkovsky, a Bresson, al cine trascendental como nos lo explicó Paul Schrader. No es una novedad completa, no es que opciones así no existan en el cine europeo de continuo, pero no es habitual que resulten tan fascinantes en su concepción visual y auditiva. Eso sí, nunca en un salón y a solas. No aguantarán. No podrán con él. No disfrutarán de los aplausos que hubo al final de mi sesión para una película que, seguramente, nunca volveré a ver.

 

Día: 22 de mayo de 2012

Lugar: Salón del Carmen, Cine Club FAS (Bilbao)

Precio: 5.00 €

Condiciones: V.O.S. en castellano

 

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11 Comments

  • !que bueno que viniste!
    Desconocía que vd. tuviera el don de la ubicuidad para estar en tantos sitios a la vez. En primer lugar enhorabuena, en segundo todavía no he visto Turin Horse, estoy esperando un día apropiado y tercer lugar, yo (que no sé, si soy, mas, menos o igual de cinéfilo que vd) no tengo ningún cine donde caerme muerto en 100 Kilometros a la redonda, así que mi filmoteca la voy haciendo a mi manera, mire estamos haciendo un festival de cine asiático (pirata, por supuesto) y está teniendo un éxito terrible. Hay hasta un jurado del publico, aparte del oficial, como comprenderá yo no quepo en mi de gozo, lo mio es blanco o blanco.
    Cuando ve vd. Sátántangó, con sus cinco horitas me vuelve a avisar para ver su reseña.

    Saludos
    Roy

    • créame, al menos en promiscuidad, sin duda juez es usted más cinéfilo que yo y que la mayoría de la gente que se lo llama (cinéfilo, no juez). No me imagino ocasión fácil de disfrutar de satantango, la verdad, y con el ritmo que impone tarr el sofá es sin duda completamente inadecuado para ello, al menos para mí. Pero le avisaré si sucede, esté tranquilo!

  • Me “pica” la curiosidad con la “provocadora experiencia a que somete al espectador dispuesto”. No es mi tipo de películas y no se yo si conseguiré verla… Pero me lo planteo como un “desafío”.

    Las salas es un “ni contigo ni sin ti”. Hay pelis que se deben ver en pantalla grande y rodeados de gente, pero a mi tampoco que no me quiten el visionado privado, con lo que me gusta “ir retransmitiendo” lo que me produce el film!

    Un placer poder disfrutar de esta sección. Unha aperta.

    • desde luego lo de retransmitir el film sí que es una de estas cosas que ha hecho que cambie la forma de ver cine, y creo que ya hemos leído por ahí cómo hay quien piensa en ello para una explotación futura, o para aprovecharlo de alguna manera en pantalla. Y claro, poder parar la película es necesario para ello, aunque por otro lado eso en mi opinión ‘duele’ al creador, que en los viejos tiempos era Dios e imponía su ritmo y su tempo y el espectador en la sala no podía huir de él, y ahora entre el botón del pause y la aplicación del twitter…

      y, créeme, el desafío no es pequeño…

  • Gracias por poner la escena inicial, donde se observa esa maestría del encuadre que dices. Hay momentos en que casi se sufre esperando que ninguna de las dos cabezas (caballo y hombre) queden fuera del plano! Y sí, claro, sin duda es un buen resumen del poder estético de la película. Más adelante hay un plano fantasmal de la hija vista desde fuera de la cabaña a través de la ventana que le hiela a uno la sangre.

    A ver: yo tampoco creo que vayan a desaparecer las pantallas grandes y la experiencia colectiva del cine, pero sí creo que lo más interesante del cine actual ya no se estrena en salas, ni lo hará nunca de modo sistemático. Tal vez somos hijos de nuestro tiempo y lo estamos poniendo verde, sin recordar que tampoco el pasado (especialmente en provincias) nunca fue brillante en este aspecto. Pero podíamos conservar una esperanza que yo creo que ahora ya va camino de cuestiones de minorías muy marcadas.

  • Yo creo que debes considerarte un privilegiado, sin duda, en lo que a la sala se refiere. Y no consigo imaginar qué argumentos serios se pueden aportar para sostener que la experiencia en el salón es mejor que la experiencia en la sala. Desde luego la sala tiene sus inconvenientes, y a mi me va venciendo con los años una sensación de desilusión ante algunas cajas de zapatos que hay tanto en Madrid como en Barcelona. Procuro esquivarlas y cada vez me gusta más ir a sitios como Kinépolis (donde vi “El árbol de la vida” en VOSE). Pero eso no tiene nada que ver.

    Lo que clamábamos muchos a mitad de la década pasada es que las descargas nos habían abierto muchas ventanas a un cine estupendo que no se estaba estrenando. Se armó un ruido fenomenal en internet entorno a ese cine, y chupando rueda de ese ruidazo la cartelera se ha ido abriendo. Muchos estrenos de los últimos seis o siete años, y muchos de los que te han gustado seguramente, ni son casualidad ni pertenecen a ningún lote (Tarr, sin ir más lejos, uno de los grandes ídolos del emule). Lo han traído distribuidores que leen los ríos de tinta que se han escrito en castellano y que sabían que ahí había un público nuevo. Al igual que en dvd, quién se atreve a sacar una caja con 15 dvds con las pelis de Alexander Kluge si no ha leído previamente los foros de internet: (inevitablemente sigue sin estrenarse todo, ahi está el pobre Philippe Garrel y la magnífica “Un été brûlant”, que probablemente no se estrene nunca).Pero toda esa reivindicación tampoco nunca ha tenido nada que ver con preferir los formatos domésticos.

    También se juntan muchos otros factores de abandono de la sala. Cuando leo algunas encarnizadas defensas de las teles de plasma frente al ruido de las palomitas, me da la sensación de que hay personal que opta por la táctica de la zorra y las uvas, el “estaban verdes”. Es obvio que ante algunas aventuras que trae la vida, la sala se vuelve cara y difícilmente accesible, y que el salón de casa se convierte en un digno premio de consolación. Incluso en las pocas ocasiones en las que uno podría volver a la sala pueden elegirse en su sustitución otras actividades gratificantes como pasear por la ciudad (sin empujar un carro) o salir a cenar (conversando sobre “otros temas”)…al menos por eso opté la última vez ante el consentimiento estupefacto de mi mujer. No hay mayor problema salvo que uno pretenda aficionarse a la comunión, las ruedas y los molinos.¡La sala es y siempre será objetivamente insuperable!.

    Y en esas andamos, el 1 de julio veré “El caballo de Turín” en mi salón, dando algunas cabezaditas, pero eso tampoco será novedad en mí, y un día de estos volvemos por la sala, a ver “Centauros del desierto”, “Misión imposible 5” o un “Un amour de jeunesse 2”. Como siempre he hecho, madrugando a veces los sábados, volviendo a casa en trenes nocturnos, o pernoctando donde sea la noche anterior para ver una película a primerísima hora. No hay tecnología que pueda con eso, y una larga historia de crisis avalan a la sala.

  • Pues yo no creo que vayan a desaparecer este tipo de experiencias cinematográficas, pero sí que van a estar eternamente pendientes de que su traslación al ámbito doméstico tenga las suficientes garantías para que la experiencia sea plena. Al fin y al cabo, ya no es que cada día las pantallas sean más grandes (esto es netamente aleatorio), sino que el proyector se reduce, se mitigan su ruidismo y llega a ser un elemento reconocible e incluso más adaptable a los m2’s de las viviendas.

    Sí que es cierto que Bela Tarr y compañía (se me podría ocurrir un Peter Watkins avanzado, que los conocí juntos) piden ese posicionamiento entregado que supone el dedicar tu tiempo a la pantalla, pero en el caso de este hombre la capacidad de encuadrar resulta tan subyugante que simplemente hay que abandonarse un poco a las circunstancias. Y esto lo digo siendo de los muchos que no ha podido ver The Turin Horse (todavía), y ya dando por hecho que en sala grande no lo cato, pero es que solo con ver la secuencia de arranque ya queda claro que es algo a lo que solo te puedes entregar sin miedos:

    Wellcome, Mr Goio!

  • Eso no quita para que haya películas que hablan claramente de filosofía, conocimiento y moral, pero lo hacen estupendamente de una manera en efecto más masticada. El ejemplo perfecto podría ser Blade Runner, donde se produce la muerte de Dios por el hombre en una idea no precisamente alejada de la propia proposición de Nietzsche al respecto. Aunque, no sé, supongo que el cine es un arte demasiado ligero (o tal vez con otras connotaciones, podríamos decir que demasiado pop) para competir en la liga de la gran filosofía. Digamos que la digestión de Bela Tarr es… bueno, sólo ha dado 30 bocados al concepto en dos horas y media, necesariamente hay que masticar más por parte del espectador…

    Claro que suena bíblico, a fin de cuentas Nietzsche despotricaba contra la cultura cristiana y cómo había convertido al hombre en una masa sin voluntad ni decisión. Lo del séptimo día tiene que ver obviamente con el génesis, pero si mal no recuerdo también está en la base del concepto del eterno retorno.

    Lo que es un lujo es estar aquí, oiga!! Gracias todas

    • Isabel

      “sólo ha dado 30 bocados al concepto en dos horas y media, necesariamente hay que masticar más por parte del espectador…” ¡Que gráfico!

      Esto me recuerda a lo de los tiempos y el x16 al que estamos acostumbrados y que descubrí por accidente buscando una escena de El cielo gira de Mercedes Álvarez.

      Y afecta directamente al concepto de Máscaras (que ganas tengo de que complete el recorrido y leer una reseña suya Sr. Borge ;))

  • Isabel

    No queremos conceptos filosóficos y, de haberlos, los queremos digeridos. ¡Cuanta verdad Goio! Tu post es tan provocador como dices que lo es la película, casi me estoy tomando como un reto el aguantar esas dos horas y media con apenas treinta únicos planos secuencia, aunque sea en la soledad de mi pantalla y sin los aplausos finales, que sé lo bien que sientan según mi experiencia muy reciente 😉

    En principio se me hace duro tener que recurrir al caballo como metáfora y encima desde un planteamiento intencionado tan racional. Y eso del fundido a negro con el que el séptimo día pone un punto de no retorno y de fin de la creación, suena un poco… ¿bíblico?

    No sé si es bueno o malo ese acercamiento racional al aplastamiento moral de los personajes, pero dices que también llega al corazón. Quizá es bueno, siempre achaqué a movimientos como el 11M el exceso de lo emocional, aunque igual es la parte necesaria para llegar esa intelectualización que señalas.

    Magnífico post! Un lujo! 🙂

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