Es divertido comprobar cómo los críticos de cine, cuando acuden a los festivales, encuentran siempre tendencias sobre la evolución del arte o la industria de la producción cinematográfica en apenas un año desde el festival anterior celebrado en la misma ciudad. Resulta inevitable hacerlo (yo mismo en mi modesta actividad sobre todo en la Seminci lo he hecho), y supongo que es casi un prurito profesional, pero en realidad sólo analizan una selección extrema de las películas presentadas, es decir, los gustos del director o su equipo o los del festival en general, además de las debidas directrices sobre la misión y objetivos del festival, u otras que puedan sonar menos elevadas y más cercanas a intereses de las instituciones que lo financien.
Pensemos en lo imposible que es esta evaluación: ver una película en una sesión de un Festival de Cine como la Seminci o el Zinemaldi supone perderse la proyección de otras cuatro o cinco novedades que se estrenan justo en ese momento, considerando las diferentes secciones y sin entrar en las retrospectivas. Es casi imposible ver todo lo estrenado en uno de estos festivales, por lo que un crítico en su sano juicio debería dejar un margen de error objetivamente importante a sus apreciaciones globalizadoras sobre la tendencia del cine que muestra un festival.
En el pasado Zinemaldi asistí a una jornada que hubiera hecho las delicias de estos críticos exégetas. Podríamos haber escogido otras películas ese primer sábado de proyecciones, pero fuimos a dar, sin buscar especialmente el subgénero, con 3 películas seguidas que mostraban visiones de situaciones sociopolíticas del pasado cuya seriedad o rigor dramático encontraban un punto de fuga en la subcultura, en los valores del pOp si lo prefieren. Esta curiosa coincidencia merece un análisis enPantalla, y ese análisis que merece se lo vamos a dar, porque las comparaciones y las resoluciones, apegadas a sus directores pero también a sus cinematografías, son peculiares.
Argo es la tercera película dirigida por Ben Affleck, quien definitivamente se adentra seriamente en la dirección, y quien hasta ahora muestra un gusto claro por el thriller con conflicto ético, sea más cercano a la trama policial, o, como en este caso, histórico-política. La historia de Argo se basa en un hecho real, el secuestro de la embajada norteamericana en Teherán desde 1979 a 1981, y más específicamente, en los 6 trabajadores de la embajada que pudieron refugiarse en la residencia del embajador canadiense. Con el tiempo corriendo en su contra, pues los iraníes buscan norteamericanos debajo de las piedras y saben que falta personal de la embajada, un equipo de la CIA propone sacarles de allí haciéndoles pasar por canadienses parte del equipo técnico de una película de Hollywood, que se titularía precisamente Argo. Para hacer más creíble la historia, se realiza una pequeña preproducción de este Argo, y el jefe de todo el asunto, Tony Méndez (interpretado por Ben Affleck), viaja a Turquía e Irán a buscar exteriores y, de paso, volverse con los seis refugiados. La historia fue secreta durante varios años hasta que Bill Clinton la desclasificó, y los que recordamos esa salida como un éxito de la diplomacia canadiense descubrimos que fue una colaboración entre ambos países. Pero la premisa de la misma era absurda desde el punto de vista político. En la película lo reflejan: si la operación no tenía éxito y se descubría el pastel, el ridículo no tendría límites.
Como película, el planteamiento de Argo es de tono complicado: mientras se introduce en un thriller político de alta tensión, con un conflicto que debe resolverse en un plazo temprano, y con una presentación que implica desde alta política de Washington hasta las revolucionarias calles de Teherán, utiliza un acertado tono de comedia, cuando no de farsa, para la aparición de Hollywood como excusa inicial para preparar la fuga de los huidos. Excusa que luego revierte en el mecanismo de explicación del rescate, en una imbricación brillante que da un sentido magnífico a la (sub)cultura para explicar acontecimientos. Argo, la película que supuestamente van a rodar, sería una película de bajo presupuesto, con un storyboard de urgencia hecho al rebufo del éxito reciente de La guerra de las galaxias y la fantasía de bajo y alto coste que su éxito desató. Méndez debe convencer a las altas esferas de Washington de la posibilidad del plan (convencer a los productores), debe convencer a los refugiados de que su plan es mejor que quedarse en la residencia del embajador esperando a que los cojan (convencer a los actores) y debe convencer a la guardia revolucionaria de Jomeini de que la puesta en escena, los actores y el diseño de producción creados son convincentes.
Al final de Argo, Affleck nos muestra a los actores acompañados de los personajes reales que vivieron la historia real, con el desfile de sonrisas y parecidos razonables que siempre se busca en estas circunstancias. Este procedimiento de documentalización, de normalización de la ficción, como si acaso fuese necesario mostrar cuán cerca de una verdad en el fondo ficcionable están los hechos narrados, subvierte un tanto la potencia de la película, aunque no tanto como el indisimulado canto a los valores del sistema que supone la película, asumiendo además que éste comete errores históricos (aunque esto sea como cuando el Vaticano pide perdón, una cuestión que se retrasa muchos años), pero que al final permite salidas honrosas.
Si Argo tiene un título corto y contundente (y objeto de un chiste recurrente en la película), la siguiente película la supera. Se trata de No, de Pablo Larraín, un cineasta chileno que ha decidido narrar bajo ese título la historia del publicista que dirigió la campaña contraria a la continuidad en la presidencia de Augusto Pinochet en el referéndum de 1988. La historia es conocida, apasionante y rastreable fácilmente en la red, incluidos los detalles que conciernen a la lucha publicitaria, objeto central de la película. El actor principal es Gael García Bernal, quien interpreta al mejor publicista de una agencia propiedad de un importante colaborador del régimen. Su personaje, René Saavedra, procede de una familia represaliada, pero él tampoco se ha movilizado mucho. Sin embargo, cuando le proponen trabajar en la campaña del No acepta el reto y propone unos anuncios con una mirada positiva hacia el futuro que le suponen un fuerte rechazo por parte de los partidos políticos de la oposición, que además participaba con un fuerte escepticismo en el referéndum, pero que enseguida se revelan como muy eficaces en la movilización del electorado.
Saavedra escoge un arcoíris como símbolo de unificación, permite que se den miradas hacia el pasado de torturas y desprecio por los derechos humanos pero sin que pesaran más que la búsqueda de un futuro mejor, introduce un single pop para su campaña no exento de un envoltorio colorista y hasta ochenteramente hortera, utiliza el humor gamberro en la medida en que lo podía permitir un país sometido a una estricta moral católica bendecida por Juan Pablo II, y logró que la campaña del Sí estuviera siempre esperando sus propuestas para intentar responderlas sabiendo que les sacaba siempre ventaja.
Pero si la película se convierte en toda una experiencia estética es por la magnífica recreación del tiempo en que los hechos transcurren. Más allá de la ambientación y puesta en escena, de la ropa y peinados de los personajes, y del acondicionamiento de calles y casas, Larraín utiliza un recurso conocido, introducir imágenes reales y, por supuesto, los anuncios verdaderos de la campaña, y otro menos habitual por incómodo: usar las mismas cámaras de rodaje que se utilizaban en 1988, dando a la película una intensa sensación de contemporaneidad con los hechos, sin, en principio, realizar ninguna postproducción digital.
Fue fascinante ver No después de Argo. Ambas películas tienen un arrebatado clímax final, si bien los hechos históricos son modificados aparentemente más en Argo que en No, donde el ajuste a la realidad además favorece la credibilidad de la historia tanto como de la Historia. Pero es curioso que el perfil de los personajes principales coincida tanto. Ambos protagonistas proponen una salida al problema que se les plantea que parece la más inadecuada, con problemas incluso morales, y que discute la adecuación de planteamientos aparentemente serios/dramáticos para problemas que son reales y terribles frente a la gozosa introducción de lo pOp en el drama, con excelentes resultados que permiten tanto relajar la película ante el espectador como mostrar una solución innovadora que resultó ser exitosa aunque muy arriesgada.
Ambos tienen, además, problemas matrimoniales. Saavedra porque su mujer, perseguida por el régimen, le reprocha su inactividad manifiesta en contra del sistema y piensa que le hace la rosca al gobierno legitimando un plebiscito que ella considera tramposo. Ambos tienen un hijo que vive con él, pero que deben repartirse cuando el régimen intuye que puede perder las elecciones y que un poquito de intimidación puede ser un buen revulsivo para amedrentar el talento detrás del No. En el caso de Méndez, los problemas de un trabajo en la CIA parecen ser el desencadenante de que se haya separado de su mujer, que ha quedado a cargo del hijo que tienen. Pero, claro, no es lo mismo un héroe norteamericano que uno chileno, y la mítica en un caso exige una reconciliación sin sentido (y bajo la bandera) y en el otro resulta suficiente con tener los pies en la tierra. Para terminar la curiosa comparación, al final de No aparecen de nuevo imágenes de los personajes reales junto a los que los han interpretado en la ficción, con exactamente el mismo sentido que en Argo, pero que en este caso me hizo pensar en el poder de la nostalgia en los países donde además pueden recordar las caras de los personajes de la noticia, aunque esta sucediera hace 31 ó 24 años, respectivamente.
Esa misma tarde, finalmente, entramos en la proyección de la última película de Olivier Assayas. Este ha tenido recientemente un grandísimo éxito crítico con su miniserie de televisión Carlos, una versión reducida de la cual llegó a estrenarse en salas, y que contaba la historia del famoso terrorista venezolano que durante los setenta y ochenta fue la pesadilla de los servicios secretos occidentales. La nueva película de Assayas, Après Mai, no cuenta hechos documentados como reales, al contrario que Carlos o las dos películas reseñadas más arriba, aunque al parecer se trata de una autobiografía encubierta en la que Assayas viene a explicar cómo acabó dedicándose al cine en vez de a la revolución. Ambientada en los primeros setenta, es decir, en los años posteriores al Mayo del 68 al que el título hace referencia, Après Mai comienza en un instituto donde unos estudiantes devotos de los ideales revolucionarios que no pudieron concretarse en el 68 parisino convocan asambleas, reparten panfletos, e incluso hacen algunas pequeñas acciones… Estas se complican después de que hieren a un guarda de seguridad, y con el fin del curso el grupo debe disgregarse, algunos comienzan a viajar y a conocer gente que vive en comunas… El protagonista es Gilles, interpretado por Clément Métayer, un joven pintor perteneciente a este grupo que actúa normalmente como testigo y que no acaba nunca de quedar convencido de su capacidad personal para participar en la lucha. Conocer si su interés por el arte como actividad a desarrollar es una forma más adecuada de hacer la revolución o no es su conflicto principal.
Al contrario de Argo y No, Après Mai casi no tiene fugas de humor a lo largo de su desarrollo, donde sus personajes se toman muy en serio su participación en lo que ellos consideran que es la revolución, o incluso la Historia, explicándose parte del trasfondo social en que alguien como Carlos pudo surgir. La narración del devenir ideológico-vital del grupo es excelente: unos acaban en el terrorismo, otros en la contracultura hippy, el protagonista en el arte, que es la fuga pOp de este caso, y que supone también la salvación del protagonista como en las dos películas anteriores aunque no impregne el tono del film. En cierto modo, éste supone una crónica de los peligros de la revolución, aunque no pretenda ser moral, sino más bien neutral, y no se haga demasiadas preguntas sobre quién pagaba a esos jóvenes europeos asentados sus veleidades ideológicas. Assayas rueda y monta las escenas de grupo de manera magnífica, con una gran tensión y poder de la cámara para mirar los detalles, pero sin duda, a pesar de las excelencias narrativas, le ha quedado un producto un tanto rígido. Como si el director francés no fuera capaz de soltarse al hablar de su propia revolución, o como si necesitara el tono serio para justificar su decisión de empezar a rodar películas con nazis y dinosaurios. No es que esta seriedad sea extraña en esa cinematografía, con la que además Après Mai vuelve a coincidir en el poder redentor, también revolucionario, del arte y la cultura.
Poniéndonos como los críticos del principio, ¿podemos decir que en estos tiempos de crisis los creadores están mirando al pasado para descubrir las claves del futuro? Yo no lo creo, me inclino por la tesis de Assayas: estamos ante tres cineastas que se labran su carrera de manera individual y a los que los hechos traumáticos del pasado les han dado una oportunidad de avanzar en su estilo y obsesiones. El arte cinematográfico es practicado por tantísima gente en el mundo que tan posible es que se den estas coincidencias en un plazo tan corto de tiempo como complejísimo articularlas en un discurso común. El mérito del festival es ser capaz de observarlas en un periodo determinado para reunirlas en una única jornada a la que además le puede dar la pátina de mirada de autor tan querida, sin que tampoco se note en exceso, a un festival como el Zinemaldi. La Historia, si eso, ya vendrá años después con más perspectiva temporal.
Argo
Fecha: 22 de septiembre de 2012
Lugar: Teatro Victoria Eugenia (Donostia)
Precio: 5,8 €
Condiciones: VOSE
No
Fecha: 22 de septiembre de 2012
Lugar: Teatro Victoria Eugenia (Donostia)
Precio: 5,8 €
Condiciones: VO en español
Après Mai
Fecha: 22 de septiembre de 2012
Lugar: Teatro Principal (Donostia)
Precio: 5,8 €
Condiciones: VOSE
Una pasada… ¡de largo!, porque puede ser fácilmente el docu más largo que he puesta nunca en una web…
Ninguna de estas tres películas competían. Argo estaba en Seccion Oficial pero fuera de concurso, y las otras dos procedían de otros festivales, cuyo diagnóstico que comentas es terrible. Estrictamente hablando, parten de una selección menor incluso que a la Oficial, por lo que el relato del festival tendría más distinciones que hacer…
Muchas gracias por tus palabras, Isabel. Juro no haber buscado premeditadamente que la palabra ‘innovador’ o derivada aparezca en el texto…
Este post es de los que necesitan atención de la buena así que ante todo hay que destacar los distintos niveles que abordas. Por una parte la política de selección de los festivales; por otra, la referencia que haces a la confluencia temporal de la temática ideológica, además del enfoque y contenido de cada una de las películas que reseñas.
Sobre las películas obviamente poco cabe decir si no se han visto. En todo caso tomar nota y destacar algo que, aunque ya sé, no deja de sorprenderme: tu tremenda capacidad para absorber información, sea en formato artístico o en cualquier otro.
Respecto a los festivales, por nuestra propia experiencia voy comprobando cuanta razón tenía (y tiene) el titular de este blog, aunque no quiero decírselo muy alto porque como productora de Máscaras tendría que recordarle que yo debería estar prevenida contra dificultades que no dependen del producto ni de la estrategia, sino del descarado politiqueo que se mueve entre bastidores. Bueno, no tanto, ni siquiera se molestan demasiado en ocultarlo.
Pero también es cierto que los festivales segmentan el mercado de forma muy oportunista. Con la desestabilización que estamos viviendo a todos los niveles, lo ideológico funciona a modo de clavo ardiendo. Está claro que los sentimientos son una vía de negocio en todos los ámbitos.
Respecto a la temática ideológica, me recuerda un poco al fondo de otro post tuyo en esta sección. Sí, creo que el contexto puede avivar una tendencia, pero en esta época de súper abundancia es el espectador quien decide, aunque sea en ámbitos mas selectos y reducidos (minoritarios que se les llama). Lo que no cabe duda es que la tuya es una mirada selecta. Una pasada de post Goio 🙂
No he visto ninguna de las películas y la única que me suena es Argo (será por su procedencia y director) pero sus temáticas parecen atrayentes por su reproducción de hechos del pasado, historias semi-reales con las que poder buscar coincidencias (temporales, espaciales…), entender comportamientos, decisiones que pueden tener repercusión o no en el futuro. En definitiva, que produzcan algo más que entretenimiento.
Me atrevo con varios capítulos de series, pero adentrarte en “3 mundos diferentes” es toda una aventura. De hecho, entender las programaciones de los festivales es una ardua tarea en que necesitas mucho tiempo y organización. 🙂
Argo es lógico que te suene también porque está estrenada hace diez días en España, mientras que las otras dos no lo están. Y añadiré un punto a los que dices que atraen de las tres películas: el aprendizaje de historia. Y pedagógicamente yo lo creo de mucho valor, porque el entretenimiento puede ser una herramienta estupenda para enseñar, en este caso, Historia