Era para todos los públicos

espectadorcillosEl Debate en torno a la educación se fragmenta desde tal variedad de criterios y perspectivas que resultan prácticamente inabarcables, bien sea por disparidad de opiniones o factores directos como las diferencias geográficas. Pero lo realmente importante es lo complicado que resulta amoldarse al ritmo de las necesidades de un mundo global cambiante. Solo en la utilización de un parámetro parecen confluir todos los puntos de vista: las comparativas.

Sin embargo, en la mayor parte de los casos estos datos no van más allá de establecer diferencias juzgadas de forma apresurada, y en absoluto útiles, ya que se apoyan en puntos de partida difícilmente extrapolables. Con todo, sirven para que en los últimos años se vaya generando una cierta literatura asociada, igual que El Codigo Da Vinci sirvió para que se popularizaran las intrigas basadas en oscuros secretos artísticos.

Pero en este tipo de artículos las argumentaciones tienden a convertirse en peonzas, y solo de vez en cuando se rescatan conceptos que se salen de las pautas, como en este caso:

«El éxito finlandés se debe a que encajan tres estructuras: la familia, la escuela y los recursos socioculturales (bibliotecas, ludotecas, cines…)»

Recuerdo, allá por los 90, un especial de Canal+ dedicado a la  producción europea. De aquella la presencia de la animación era prácticamente residual, incapaz de competir en un mercado global en el que en realidad todavía Disney estaba recuperando una cierta imagen de prestigio asociada al “género” (gracias sobre todo al éxito crítico de La Bella y la Bestia). Pero existía.

Aunque en ese reportaje se hablaba principalmente del caso danés (el más asentado histórica y comercialmente), desde Alemania, y subiendo hacia el norte, siempre ha existido una respetuosa dedicación al trabajo en animación orientado a la infancia (lo experimental queda aparte, claro).  A los redactores les destacaban, sobre todo, los planteamientos de las historias: con presencia de escatología, con desnudos y sin esconder agresividad en las narraciones. Detalles estos que resultaban llamativos desde nuestra perspectiva, pero que en realidad ya estaban presentes en la literatura infantil y juvenil, aunque se fueran suavizando con el tiempo.

Uno de los triunfos de Harry Potter fue, precisamente, recuperar ciertos componentes que parecían haber sido desterrados de las historias pensadas para menores, o al menos lo fue el haberlo hecho desde artefactos pensados para ser comercializados de una manera masiva. Pero el gran éxito de la serie de Rowling reside en realidad en un efecto paralelo: los padres también podían leerlos, y les gustaban.

Las irrupciones de La Bella y la Bestia en el año 91, y la de Harry Potter en el 97,  recuperaron en realidad una categoría que iba más allá de lo infantil: era para todos los públicos, un concepto en sí mismo cuya desaparición del lenguaje coloquial fue poco menos que una catástrofe.

Hace unos meses repasaba algunas de esas películas que a un par de generaciones nos marcaron durante los 80. Hay una cierta tendencia a rebajar la importancia de la producción audiovisual de esa época por lo que realmente constituye hoy en día una auténtica sobredosis de nostalgia mal entendida, pero lo cierto es que los responsables de todas esas películas no pueden ser acusados de haber esterilizado las historias hasta el punto de convertirlas en asépticas. Como en el caso de Rowling, hablaban de enfrentamientos, de muerte, de superar retos (sin las actuales dobles lecturas para la búsqueda del éxito). Eran, en sentido pleno, para todos los públicos.

Que la cultura no forme parte de esa estructura a la que se asocia el éxito finlandés es un problema. O mejor dicho, varios: no se consume, no se crea y, sobre todo, no se genera una introducción en edades tempranas a la asimilación de diferentes lenguajes narrativos. En este último punto vuelve a ser importante el concepto: para todos los públicos.

La complejidad de las historias reside básicamente en la incapacidad para asimilar la manera en que se cuentan, en comprender sus códigos, y esto es algo que en realidad se dará en todas las épocas de la vida: la alfabetización digital en la tercera edad sería un buen ejemplo en el extremo contrario. La diferencia, el problema, está en que en el contexto de las edades tempranas en los últimos años se ha hecho menguar la importancia de esa gran glándula imaginaria: la curiosidad.

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