Hace un tiempo un amigo me envió una sorprendente consulta:
El vídeo en cuestión era una sesión de torturas y asesinato de las muchas que se pueden encontrar por la Red. Y era real, si.
El espectador alejado de todas estas realidades violentas tiende a dudar por defecto de que todo eso pueda ser posible. En el caso de las grabaciones mexicanas se da el caso de que esta reacción atente contra una de los dos posibles motivos por los que se difunde este tipo de material:
- Que sirva para evidenciar una realidad oculta para los medios de comunicación (locales o internacionales).
- Que los propios grupos violentos los suben para que sirvan de aviso a todos sus rivales.
Internet ha servido desde sus inicios para lo mismo que ha servido cualquier otro sistema de comunicación: para que resulte más sencillo poner en circulación contenidos sexuales y violentos. Sólo una cosa lo diferencia: es inmediato, y la tecnología permite un grado de explicitud como nunca antes. Ahora ya nadie tiene que hacer una narración literaria: puedes verlo. A pesar de ello en muchas ocasiones es necesario que alguien lo cuente para que pueda asimilarse su realidad. Es un extraño caso en el que el valor de la imagen puede estar, por necesidad del receptor, sujeto a la interpretación de un narrador. Para nosotros, en la comodidad de entornos en los que la violencia responde a estallidos puntuales, la rutina de la barbarie es incomprensible. Es en estas ocasiones en las que casi cualquier civilización echa mano de lo único que permite aceptar la posibilidad de que tales hechos existan: el relato más o menos mítico.
Con retraso, como siempre, he visto The Counselor , película de Ridley Scott sobre un guión de Cormac McCarthy que cuenta la historia de un abogado de diseño que para poder mantener su deslumbrante apariencia decide meterse a un temita de narcotráfico. McCarthy y Scott construyen una película imposible, puro artefacto, en la que desde el primer momento se hace planear la explosión violenta: sabes que va a ocurrir, y te lo cuentan. Decía Goio Borge en su Rollo que los personajes y los diálogos son casi shakesperianos, y sí, algo de eso hay: desde el primer momento se anuncia la inminencia de una tragedia de la que hasta se hacen “magníficas” recreaciones verbales de los castigos. En The Counselor no existe más optimismo por parte del espectador que aquel fundamentado en el autoengaño: quienes juegan a rozar El Mal conociendo sus largos tentáculos lo hacen asumiendo la posibilidad de que cualquier día podrian sufrir las consecuencias. Y las sufrirán.
Este aspecto de la película me tenía muy despistado, y escuchar a Goio hablando de ella junto a Heli me sirvió para justificar un punto de la película de Scott que no conseguía ubicar: ¿Resulta legítimo y moralmente aceptable camuflar como increíblemente cruel una violencia que en realidad es aún más cruel?
Heli es una película mexicana que también habla de drogas y violencia. Goio rescata en su Rollo una anécdota de su paso por Cannes: cómo el director, en entrevistas previas a saber que había ganado uno de los premios gordos, daba por hecho que con Spielberg de presidente del jurado sólo podía esperar lo peor teniendo, como tiene, en una secuencia de tortura uno de los puntos claves de la historia. Esta secuencia, aparentemente más realista que las vistas en la película de Scott, tiene trampa: no deja de resultar estilizada, y la manera de trabajarla en largos encuadres fijos no hace sino acentuar el carácter cinematográfico de lo que se está contando. Es cierto que el director sabe plantearla de manera que incluya una gran cantidad de elementos sórdidos (la parsimonia mundana, niños mirando, un videojuego en espera en una esquina de plano), pero eso no quiere decir que esto sea real, ni mucho menos que sea representativo de la brutalidad en la que Mexico lleva sumido en décadas de conflictos por el narcotráfico.
The Counselor y Heli narran visualmente y, de un modo u otro, adoptan un posicionamiento pop para elevar el impacto. En la película de Scott la muerte más impactante tiene como protagonista al “bolito”, un arma que tiene su antecedente en una de las peores películas de Darío Argento, Trauma, sin lugar a dudas un complicado punto de partida a la hora de intentar asumir como posible un puntal de crueldad que se nos muestra a partir de una realidad teóricamente factible. Por su parte, Amat Escalante reduce las capas de la realidad mexicana para poder construir una historia de amor y personajes en la que la violencia llega a su momento protagónico abandonando cualquier intencionalidad realista, puesto que en su realidad cercana es todo peor. Entre una y otra sigue faltando el justo medio, la realidad: la chapucera grabación en la que alguien sufre lo indecible sin que intermedien extraños artilugios.
Mi amigo, al preguntar por aquel vídeo, primero planteaba la posibilidad de que fuera falso. Probablemente si hubiera sido algo “amable” (el vídeo) comenzara planteando la duda de si era real, pero lo cierto es que la primera reacción le hacía querer creer que eso no podía ser, que no podía suceder. Y sí, sucede. Y el gran problema es que no debería ser necesario verlo, pero al mismo tiempo parece imposible contarlo. Ante este dilema sucede algo terrible: lo que no vemos parece no existir. O a lo mejor es que no lo queremos ver.
Yo creo también que en el consumo de imágenes violentas hay una espiral que se autoalimenta, y a la que la disponibilidad internetera ayuda. No digo nada de la existencia real de este tipo de violencia en ausencia de imágenes, pero sí creo que la difusión crea ‘efecto llamada’, y me imagino que algún estudio de psicología colectiva al respecto habrá, aunque me temo que sean de los de carácter moral: puesto que este efecto existe, neguemos y prohibamos su difusión (creando el efecto contrario al deseado). Pongo de ejemplo aquellas webs de canibalismo que hace dos o tres años salieron a la luz tras el caso detectado en… ¿Alemania? Bueno, eso creo recordar. Algún comentario del implicado (verdadero o de algún periodista, a saber) recuerdo a la hora de decir que la web le había abierto posibilidades que antes simplemente no tenía, porque ponerse a buscar caníbales para compartir afición así con tu cara y nombre no tiene demasiado futuro, que el anonimato de la red sí da. Y yo siempre he entendido que cada vez que se llega al supuesto límite en un tipo de violencia determinada, se produce un reto que lo aumenta a ojos de sus practicantes. Y no es el único caso, también lo creo para determinadas formas de pornografía y de televisión (si es que no son lo mismo…).
Bueno, yo no lo llevaría por ahí. De la capacidad de difusión de estas imágenes se echa mano en el momento en que existe tal posibilidad, lo cual no quiere decir que no existieran previamente. Las imágenes de martirios serían eso, y desde que aparece la fotografía aparece una implicación de la muerte. Que al final es todo un poco eso, recoger la muerte. Puede ser de manera “amable”, para recordar para siempre a los difuntos (en muchos casos mejor de lo que estaban en vida, incluso en cuestión de vestimenta), o con intención de servir de aviso y atemorizar. En este sentido, como bien apunta Isabel, las grabaciones son un añadido: ahora no sólo aparecen los cadáveres, de algunos se muestra el asesinato (porque no hay vídeos de todos los asesinatos, ojalá fueran tan pocos).
La parte de la imitación tampoco creo que sea algo que se pueda evitar, porque de un modo u otro eso siempre va a pasar. De nuevo la gente puede partir de ejemplos literarios, pero la existencia gráfica proporciona una seguridad respecto a que se puedan hacer según que cosas. Y, fíjate, en ese sentido hasta creo que en algunos casos creo que hasta tengan ejemplos claros para que, sea cual sea la atrocidad que vayan a cometer, la hagan bien a la primera… Al fin y al cabo estamos hablando de aspectos marginales, minorías: tendrían esos problemas y deseos existieran las imágenes o no.
Me ha dejado impresionada los motivos por los que se difunde este tipo de material. Claro, antes se colgaba una cabeza en medio del pueblo y ahora se difunde por Internet.
Este post me ha recordado una noticia, también sobre México, que tengo en borrador pendiente de terminar la reflexión. Es difícil comprender lo que ocurre allí, como si se hubieran concentrado todos los anacronismos del lejano oeste, con sus influencias de los venidos de todas partes del mundo (de lo “mejorcito” de cada sitio, deberíamos añadir), y que ahora se amplifica con la potencia de los nuevos canales de difusión.
Pues fíjate que esto lo dejé ahí pero a punto estuve de mentar a John Sayles por Hombres Armados y por su apoyo y participación en Santitos, que son dos fábulas que precisamente juegan a escenificar esta extraña mezcolanza que supone Mexico, con ese telón cristiano del que luego penden tantos matices paganos.
Oye, termina ese post! 😀