El valor del precio

No soy un gran espectador de la televisión propiamente dicho. Hace años que los horarios de emisión se escapan a mi conocimiento, y en general he desarrollado una contrastada capacidad para no sufrir nigún tipo de euforia ante el directo: el diferido me parece bien.

El 28 de marzo se emitía en La Sexta un programa de Equipo de Investigación dedicado a la piratería. Twitter, como es menester, ardía (siempre arde), y la gente se quejaba mucho. En los días siguientes salieron artículos de David Bravo y Enrique Dans diciendo que todo muy mal, y posteriormente Oskar Belategui, de nuevo en twitter, lo destacó en varias ocasiones como ejemplo clarificador de la malignidad que hay tras el pirateo, y de cómo algunos se enriquecen con él.

Aunque las reacciones tuiteras, de David, Enrique y Oskar entraban en lo predecible, había que verlo. Como la televisión ya no es la cárcel de horarios de emisión que era, me fui a la web de Atresplayer.

Debo decir que lo mejor del programa es que lo vi sin una sola pausa publicitaria. Esto puede parecer tontería, pero luego lo retomo.

El programa, decía, no era nada, una simple sucesión de anécdotas en tono amarillista en la que no existe ni un solo momento pedagógico. Partiendo del crompensible hecho de que la televisión ha de ser entretenimiento (o al menos esa idea es la que prevalece), ese especial pirateo cae en una trampa esencial: No conocemos al Malo.

En serio, no lo conocemos.

El programa habla de los que graban TS screeners, de los manteros, de algunos negocios del sector audiovisual que han cerrado y de los administradores de webs de descargas. Creo que no se me queda nada.

Puedo destacar, eso sí, dos momentos. Uno por absurdo, otro por, este sí, revelador:

– Para ir a la busca de un administrador de webs de descargas se informa de que su paradero se encuentra en uno de los lugares más recónditos de la península. Se meten en una avioneta, y tras unos minutos de voz en off aterrizan en un pueblecito de Huelva. En O Courel lo habrían tenido más complicado para aterrizar.

– El otro llega cuando descubren que una de las webs destacadas tiene su razón social en una especie de vivero de empresas de la Universidad de Barcelona. Junto a este dato aportan el precio del alquiler: más de 16.000€ anuales. Dividiendo, sale a unos 1,333€ mensuales. Me pregunto qué demonios aporta ese vivero para que pueda compensar el pagar semejante salvajada.

Pero al malo, al que mueve los hilos, insisto, no lo conocemos.

Decía que el programa lo vi sin publicidad. No hice nada para evitarla, sencillamente no tenía. Si estás acostumbrado a ver contenidos televisivos en internet, sabes que es el peaje y lo consideras lógico: los medios se sustentan mayormente gracias a la publicidad. Si ves los contenidos en directo, tienes pausas. Si son en la red, tienes banners, pero también es frecuente que se reproduzca el programa por bloques, y al principio de cada uno tienes un spot. Es, de hecho, algo que me alegra: el anunciante puede tener realmente una referencia de que está pagando por un anuncio que se ve, cosa que con la medición estadística no sucede.

(pausa)

Anunciantes, oídme: quiero que mantengáis la producción a partir de aquello que realmente se ve e interesa.

(fin de la pausa)

La publicidad es lo verdaderamente interesante de todo esto. Los manteros hace ya tiempo que tienen un papel residual en el tema de la piratería. Fueron importantes a mediados de la década pasada, cuando las conexiones potentes aún no eran la norma y a la gente le podía dar pereza aprender a piratear. Eso ya no sucede: no hay que moverse de casa y los servidores web y el visionado streaming lo convirtieron todo en una tarea demasiado sencilla.

Pero, ¿qué paga la gente? Pues en realidad nada, a menos que quieran pagar por los abonos mensuales de estos servidores web (yo mismo pagué rapidshare en su momento, me dio la vida profesionalmente). Las páginas que enlazan no ven un duro de los usuarios, lo ven de la publicidad.

Voy a repetirlo.

La publicidad.

En un momento del programa le preguntan por los ingresos al responsable de una de estas webs, y él responde que cada día lo contactan de diferentes agencias de medios para poder contratar espacio, cosa que no puede hacer porque ya no le queda más tal y como las tiene diseñadas.

Las agencias de medios, esas que manejan la publicidad que paga los contenidos, se pelean por pagar publicaciones en las webs que piratean los contenidos que a su vez la propia publicidad puede estar coproduciendo.

Por si a alguien se le plantea la duda, no, no estoy para nada a favor de ese tipo de webs. No puedo estarlo porque yo he hecho una película y sé cual tiene que ser su camino para generar ingresos (y para que estos tengan un destino), pero es que además existe una cosa llamada ética que me impediría verlas favorablemente: tú no puedes albergar los contenidos que otros publican lavándote las manos ante el hecho de que sean ilegales. Que David Bravo y Enrique Dans argumenten de manera que todo esto resulte defendible es lógico, está relacionado con su medio de vida, pero eso tampoco quiere decir mucho.

Me entristece, eso sí, que Belategui pudiera volcarse con todo esto de manera tan acrítica. En el fondo no es nada nuevo. Yo lo sigo en twitter porque me cae bien, y porque valoro su capacidad de aportar información sin abandonarse al autobombo, pero cada vez que sale este tema, o cualquiera en torno a la monetización de los nuevos modelos, aparece el mismo problema: una defensa desmedida de lo que había funcionado hasta ahora.

Recuerdo aquel emocionante discurso de Alex de la Iglesia en los Goya ’11. Recuerdo el varapalo que fue el discurso de Gonzalez Macho un año después. Y con todo, me sigue entristeciendo que lo dicho por de la Iglesia llegara tan tarde: los nuevos modelos llevaban implantándose desde hacía años en otros países, y aquí aún hay que explicar que existe una cosa llamada Filmin y que es seguro pagar con tarjeta.

Recupero algo que dije antes respecto a Equipo de Investigación: No existe ni un solo momento pedagógico. Y añado: mal vamos si desde los medios, o desde las posiciones con eco mediático, se sigue negando la necesidad del trabajo pedagógico.

Alex de la Iglesia mantuvo una posición frontista hasta que se reunió con algunas cabezas visibles de los nuevos medios (sin entrar yo a valorarlas). Macho dio una apurada marcha atrás y quebró cualquier línea de trabajo abierto que ayudara a conseguir un entendimiento. No podemos confundirnos: aquellos que se reunieron con de la Iglesia no era Internet, pero sí podían servir para que la otra parte, la que acusa quiebra (como le sucedió a Alta), aprendiera que había otro tipo de empresas que están deseando llegar a públicos masivos y que podrían aportar validez económica a los nuevos modelos. Hablo, una vez más, de pedagogía.

Esto fue el reportaje de Equipo de Investigación, un dislate tal que hasta cuando quiso ofrecer dos ejemplos de los efectos de la piratería no supo contraponer para que fuera comprensible el hecho de que, sencillamente, muchas cosas han cambiado:

– Destaca el cierre de unos grandes estudios de doblaje (Sonoblock) sin que se mencione que, por ejemplo, The Wire se dobló en unos pequeños estudios coruñeses (Babaluvox): los tiempos han permitido competir a menores costes de infraestructura.

– Entrevistan a los operarios que protestan por el cierre de una fabrica de soportes físicos (vinilos y cd’s), pero parece que nadie cae en la cuenta de que hoy en día hasta los coches vienen con reproductores de mp3: es más cómodo llevarte tu música en un reproductor portátil o en un USB que estar cambiando de disco cada 50 minutos (aunque sea pirateado).

El programa no mintió, no, sólo contó una parte de la historia.

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