Josman (#dMudanza)

Mi memoria no me permite recordar excesivas películas que otorguen valor protagónico al videoclub. En realidad tan sólo me viene a la mente una, Bleeder, aquella cosa demencial que dirigiera Nicolas Winding Refn unos cuantos años antes de hacerse famoso con Drive, y en la que situaba uno de estos espacios como uno de los ejes para situar una historia sórdida y violenta. En las secuencias que transcurrían en aquel videoclub, el espectador propio de aquella etapa de Refn podía sentirse reconocido al ver las carátulas: ultragore, clásicos de terror ochentero, cine asiático…

El videoclub tuvo un pequeño momento de gloria cuando Quentin Tarantino saltó a la fama y en todas sus biografías se subrayó la importancia de haber trabajado en uno para adquirir su vasta cultura cinematográfica. Tarantino también acudía a filmotecas, pero el apunte doméstico, probablemente malintencionado, en realidad servía para redimensionar lo que en tiempos fue el mapa de la más absoluta cinefagia: quienes queríamos ver cosas no podíamos depender únicamente de lo que se llegaba a proyectar.

En Coruña tuvimos el que probablemente fue el segundo mayor videoclub del país, el Josman. Inaugurado en 1985, no consiguió llegar (por muy poco) a la treintena y echó el cierre en septiembre del año pasado. El día en que apareció la noticia en prensa probablemente a muchos se nos escapó un mohín, pero yo además tuve la necesidad de llamar para pedirles que me permitieran recoger este pequeño suceso. Al otro lado de la línea, Julia no entendía qué demonios le decía, pero me lo dio.

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Estreno el 10 de enero

El día 10 de enero estreno el resultado de todo esto en el CGAI a las 18:00. Es una pieza breve, 14 minutos, y en la que conseguí que posteriormente Julia y Manolo dieran voz a varias décadas de mirada a la trastienda de algo que a muchos nos marcó de manera inevitable: el videoclub. Personificado en el Josman, pero queriendo reivindicar un espacio que dificilmente conseguirá encontrar su lugar en las próximas décadas, no desde luego tal y como lo habíamos conocido hasta ahora.

La sociedad ha cambiado. Piratería al margen, el mundo se encuentra en pleno proceso de mutación, de mudanza, y el alquiler de películas se encuentra con problemas de difícil solución. Están las teles y su ruidoso relleno de silencios; las tendencias mundiales que limitan la curiosidad de los consumidores, pero también las nuevas vías que facilitan el acceso, incluso legal, a aquello que antaño parecía inalcanzable. Y, sobre todo, un mercado que no les ha permitido adaptarse legalmente, pero también unos proveedores que, en pleno ejercicio de ceguera, no quisieron entender que el esfuerzo debía ser conjunto.

El videoclub, ese espacio familiar y doméstico que sobrevivió al asalto de las grandes cadenas, tal vez tiene hoy su principal problema en un público que ya no sabe qué es lo que quiere ver. Agónicamente, van desapareciendo en todo el mundo, y con ellos todo un archivo emocional y cinematográfico.

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