Crecer en los 80 con cierto desapego a la tradición de los Reyes Magos fue un poco duro. Dejando a un lado el asumir prematuramente el valor práctico de Papa Noel, por esto de disfrutar más tiempo en vacaciones de los regalos, lo cierto es que analizando un poco el percal resulta sencillo entender que todo tiene, cómo no, una interpretación más próxima a la iconografía pop que otra cosa (no podía ser de otro modo). Pero esto irá de epílogo.
Lo cierto es que la llega de los Reyes Magos sigue gustando. A mí me cuesta asimilar que tenga más magia ver a tres señores disfrazados paseándose simultáneamente en cabalgatas imposibles a lo largo y ancho de la península (con la sensación de que en la Cabalgata de TVE están los de verdad), pero parece evidente que no tiene discusión la simpatía que despierta en la gente el ver guiños a la constante supuesta llegada de sus majestades por vías más convencionales que un trineo volador tirado por renos mágicos.
Pero se me ocurre que el 6 de enero también es una estupenda fecha para curar la resaca navideña viendo algo. Algo que no sea lo primero que ponen en la tele, pero algo. Y hasta legal, en un programa de hora y media en tres piezas.
1. Sé Villana, de María Cañas
La archivera de Sevilla se llevó la palma en la edición 2012 del festival Márgenes con esta pieza de 40 minutos, una contextualización a modo de collage audiovisual en la que plasma, por encima de todo, el amor y el odio como sentimiento que justifica la emoción de pertenecer a algo, en este caso al ecosistema de un sur que como espectador del norte siempre he sentido que me han robado. Un continuo cruce de iconografía(s) popular(es) que muestra, entre otras cosas, que la verdad no siempre está ahí fuera: a veces nos la roban haciendo que forme parte de parrillas pensadas para ejemplificar el tópico
2. La Pajara, de Jimina Sabadú
En la primera hornada de los #littlesecretfilm hubo dos o tres títulos que adquirieron tal notoriedad que el resto parecen haber quedado un poco (demasiado) relegados. En mi caso, por un problema de tiempos, y ahí tenía pendiente La Pájara hasta hace unos días.
Sabadú tiene, sobre todo, la trayectoria de haber jugado siempre a construir un universo onírico: No ya en la ficción, sino en su propio día a día. Es capaz, y para bien, de mantener una visión que encuentro más próxima a la relectura del esperpento en tiempos de obligado materialismo (esos pies en la tierra, eh, eh!) que al simple surrealismo.
La Pajara juega con esto. Es una película precaria, porque en las bases de los #littlesecretfilm se propiciaba que lo fueran, pero no sólo no intenta escaparse de ello, es que juega a destacarlo para que la historia se sienta parte de las formas. Es, sin lugar a dudas, una perfecta pieza navideña.
No se puede incrustar pero sí verlo PINCHANDO AQUÍ.
3. A Conserveira, de David Batlle
Una rutina frente al mar. Una rutina necesaria para mantener decenas de ecosistemas vitales. Una rutina en una pequeña localidad en la que también existen rutinas laborales más o menos pesadas.
A Conserveira es una pieza documental de 23 minutos que a priori recoge de manera directa lo que supone el día a día allí, en una conservera, ese lugar en el que se facturan enlatadas las sardinillas que podrían estar mitigando tu resaca de Reyes. Pero al tiempo A Conserveira juega a ofrecer la posibilidad de dar a conocer el registro de un proceso que, tal vez, pueda parecer ciencia ficción: un entorno industrial pequeño, aparentemente estable, en donde las personas se mueven al ritmo de las máquinas sin que por ello dejen de parecer personas. Un espacio alternativo en el que la mujer parece escapar al tópico del hogar familiar, y en el que los silencios de la jornada interrumpidos por los ruidos hidráulicos parecen constituirse en un amigable entorno que nos separa del mundo de ahí fuera.
El epílogo
Decía al empezar que, por algún motivo, siempre había sentido alejado el mito de los tres Reyes Magos, y de rebote he caído en la cuenta de que no existe, para mí, una iconografía pop lo suficientemente potente como para que se hubieran instaurado en mi cabeza como representativos de la navidad y los regalos. Habría que recuperar material de los 80 en esa España que se modernizaba a trompicones para entenderlo bien: recuerdo perfectamente como de aquella las publicaciones infantiles y juveniles ya hacían hincapié en las bromas respecto a Papa Noel, dejando como intocables a los Reyes sin darse cuenta de que así también caían en el olvido.
Y pensando más en esto, que para eso estamos en fiestas, me vino a la cabeza el único referente pop que conservo de sus majestades, algo tan poco representativo como un vídeo de Frankie Goes to Hollywood en el que ni siquiera la imagen tiene que ver con la letra. Así es todo demasiado complicado, claro: